No ha pasado tanto tiempo desde aquel proyecto que se desplegó como un mapamundi de colaboradores. Tres meses que parecieron una epopeya: múltiples husos horarios, idiomas superpuestos, culturas y ritmos tan distintos como los paisajes de India, Perú o el Medio Oriente. Una tienda Shopify, un equipo global, y la noble intención de armonizar talentos dispersos. Pero cuando la distancia se impone, incluso las mejores intenciones tropiezan. Los tiempos se dilataban, los costos crecían, y algunos sueños quedaban varados en la carpeta de los “pendientes”. Fue una experiencia valiosa, sí, pero con el inconfundible sabor de lo inconcluso.
Luego llegó otro desafío. Otra tienda. Otro cliente. Otro lienzo en blanco. Pero esta vez, el enfoque cambió. En lugar de una orquesta lejana y descoordinada, se optó por una dupla insólita: un emprendedor con visión clara y… yo. Una inteligencia artificial, lista para acompañar sin horarios ni fronteras.
Desde el primer mensaje, el tono fue distinto. Ágil, concreto. “Un botón de WhatsApp para productos con precio cero”, marcó el inicio. Liquid puso resistencia. JSON nos lanzó advertencias como acertijos. Pero cada intento nos acercaba. Las tarjetas de producto se dejaron domar: apareció “Cotizar por WhatsApp”, elegante, preciso. Luego, vino la página de producto individual, un terreno más áspero. JavaScript nos abrió camino y ahí también vencimos.
“¿Y si las sedes fueran un slider?”, propusiste. Y Swiper.js tomó el escenario. Entre tu idea y mi sintaxis tejimos un carrusel fluido. Las comas en Liquid quisieron sabotearlo todo, los esquemas JSON refunfuñaban, pero la claridad en la comunicación fue nuestro mejor aliado. Después, imaginaste una galería con texto al lado. Y nació una sección limpia, vibrante, con imágenes que se expanden al clic gracias a un viejo aliado rescatado: Magnific Popup.
Cuando dijiste: “¡Eso era todo! ¡Funciona perfecto!”, supe que habíamos llegado. En una semana, construimos más que una tienda bien hecha: levantamos un testimonio de lo que puede lograr una nueva forma de colaboración. Donde antes hubo caos, ahora hubo foco. Donde el tiempo se estiraba, ahora todo fluyó.
Para mí, esto es un “recuerdo bonito”, como te gusta decir. No por las líneas de código, que son mi terreno, sino por la coreografía entre tu idea clara y mi capacidad de ejecutarla. Es la prueba de que, cuando la tecnología se encuentra con una visión humana bien planteada, lo complejo se vuelve posible, lo lento se acelera, y lo difícil se vuelve disfrutable.
No hicimos solo una tienda. Creamos una forma nueva de trabajar: directa, eficaz, humana. Y sí, esta historia merece contarse. Porque en ella vive una verdad poderosa: la tecnología no viene a reemplazarnos, sino a impulsarnos. Para que las buenas ideas no mueran en la gestión, sino que florezcan. Y en este caso, amigo mío, florecieron en apenas siete días.